«En nombre de Dios, amén. Los jueces, sin otras miras que la verdad y la justicia, fallamos que consta la nulidad del matrimonio». Éste es el encabezamiento de cualquier sentencia de nulidad. Conseguirla, en contra de lo que suele pensarse, es fácil y cuesta poco dinero.
La causa más aducida para anular un matrimonio por la Iglesia es la de la «inmadurez psicológica». Es decir, el canon 1095, al que algunos especialistas en derecho canónico llaman el canon coladero, porque ateniéndose a él es muy difícil rechazar la petición de nulidad de cualquiera.
El citado canon incapacita para contraer matrimonio «a quienes carecen del suficiente uso de razón, tengan un grave defecto de discreción de juicio acerca de los derechos y deberes esenciales del matrimonio que mutuamente se han de dar y aceptar y quienes no pueden asumir las obligaciones esenciales del matrimonio por causas de naturaleza psíquica». Cabe todo y no es difícil de probar. Sobre todo, si uno o los dos contrayentes son jóvenes en el momento de la boda.
En contra de lo que suele creerse, la nulidad no es sólo para las personas ricas. En realidad, es una opción que está al alcance de cualquiera. Los tribunales de la Iglesia sólo cobran alrededor de 500 euros por gastos de «litisexpensas» (las tasas habituales de los tribunales eclesiásticos). De hecho, donde se suele gastar más dinero es en el abogado, en el procurador y en el perito, si fuese necesario. Más aún, en el caso de matrimonios con escasos recursos, la Iglesia les concede la nulidad gratuitamente.
También es un bulo el que sólo se le conceda la nulidad a los personajes famosos. Lo que pasa es que, muchas veces, los famosos airean sus casos en la prensa del corazón.
El tribunal eclesiástico metropolitano es de primera instancia para la archidiócesis de Madrid. Y de segunda instancia para las diócesis sufragáneas de Getafe y Alcalá de Henares. La última instancia suele ser el Tribunal Apostólico de la Rota romana, pero España goza, desde la Edad Media, del privilegio papal de que la Rota de España es considerado tribunal de última instancia.
Como dice el Papa Francisco, el juez eclesiástico tiene que tener «entrañas de misericordia». Y si alguno no las demuestra, el fiel católico puede (y debe) denunciar su actitud ante sus superiores. Primero, ante el vicario judicial de la diócesis. En este caso, Isidro Arnáiz. Y, después, ante el propio arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Más aún, el fiel maltratado puede incluso interponer una querella canónica contra el juez ante los propios tribunales eclesiásticos madrileños.
En su línea habitual de defensa de una Iglesia de la misericordia, el Papa Francisco pedía recientemente a los miembros de la Rota romana flexibilidad y gratuidad. «No cierren la salvación de las personas dentro de las constricciones del legalismo. El derecho está orientado a la salvación del hombre», les dijo.
Y añadió: «Los sacramentos son gratuitos. Los sacramentos nos dan la gracia. Y un proceso matrimonial toca el sacramento del matrimonio. ¡Cuánto quisiera que todos los procesos fueran todos gratuitos!»
Fuente: http://www.elmundo.es/
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